Uzak (Nuri Bilge Ceylan, 2002)
por Jaime Natche
Los protagonistas de Lejano (Uzak) son presentados, separadamente, en los dos primeros planos de la película. En uno, Yusuf es una mancha oscura que se mueve hacia la cámara en medio de un pueblo nevado sobre el que se levanta un nuevo día. Al llegar a unos pocos metros de la ubicación de la cámara, se vuelve para ver por última vez el pueblo antes de parar el vehículo que se aproxima por la carretera. En el plano que sigue a los títulos de crédito, Mahmut está muy cerca de la cámara pero se hace difícil distinguir sus rasgos porque se encuentra casi de espaldas en un lugar cerrado y oscuro, mirando hacia un fondo desenfocado en el que se puede apreciar una mujer que se desviste y adonde, al poco tiempo, se desliza Mahmut para convertirse, él también, en un amasijo de colores difusos. Si el primero remonta la blancura indiferenciada de un paisaje para adjudicarse —quizás ingenuamente— una posición nítida y central en el relato, la vocación del segundo es más bien replegarse hacia una interioridad sombría donde se disuelven los límites físicos y sociales. Del encuentro y la convivencia de estos dos personajes en sus imágenes es de lo que trata fundamentalmente la película de Nuri Bilge Ceylan. Contar una historia en el cine es, antes que nada, una cuestión de distancias y de luces.
Yusuf llega a Estambul para buscar trabajo en barcos de mercancías y, mientras encuentra ocupación, se aloja en el apartamento de Mahmut, que también proviene de su pueblo y se dedica a la fotografía comercial. El oficio de Mahmut es el de tomar imágenes, encargarse de crear las mejores condiciones para representar el mundo, pero él mismo manifiesta una incapacidad para hallar la forma justa de (re)presentarse al mundo; indolente hacia su propia familia —las primeras palabras que se pronuncian en la película son las de su madre en un contestador telefónico, a las que opta por no responder— y problemático en sus relaciones sentimentales —se ha divorciado y mantiene contactos esporádicos con una mujer casada—, Mahmut vive la llegada de su invitado como una agresión a su espacio personal, obligado ahora a compartir las estancias del apartamento en las que acostumbraba a refugiarse solo. Esta desafección hacia su entorno viene acompañada de una pérdida de ideales: en una conversación con unos amigos, uno de ellos se queja de que Mahmut ya no cree en el poder artístico de la fotografía ni sueña con convertirse en un nuevo Tarkovski, pues trabaja sólo por dinero. El propio cineasta ruso tiene su presencia en unas emisiones televisivas que se acaban interrumpiendo para ver, en su lugar, un film pornográfico.
Sin lograr sentirse cómodo en el apartamento de su poco hospitalario anfitrión —que no tolera encontrar a su paso las señales de que alguien ha estado allí— y tras varios intentos frustrados de encontrar trabajo y conocer a alguna mujer en la ciudad, Yusuf vaga sin rumbo fijo por las calles de Estambul para sentir menos que allí está de más. Y cuando, al final, los dos protagonistas vuelvan a estar como al principio, será Mahmut, saboreando unos cigarrillos de mala calidad que dejó Yusuf al marcharse, el que refleje la insondable distancia que puede haber entre un plano general de una persona y el primer plano de su rostro.
Publicado en Miradas de Cine nº 64, julio de 2007, dentro del estudio Europa XXI.