Lo que sé de Lola (Javier Rebollo, 2006)
por Jaime Natche
El debut en el largometraje de Javier Rebollo es un paso más en el work in progress que, según afirma el propio realizador, comienza cuando hace diez años conoció a la actriz Lola Dueñas, y con el cual documenta la fascinación personal que siente hacia ella. Desde entonces, Dueñas ha protagonizado una serie de cortometrajes que abordan, con trazo minimalista, el retrato de personajes solitarios; criaturas que deambulan por escenarios inhóspitos —ya sean urbanos o rurales— tratando de encontrar la mano amiga que les permita sobrellevar sus vidas. En los diferentes papeles interpretados por ella, la actriz encarnaba, en realidad, variaciones de un mismo personaje: la propia Lola Dueñas, a la que su guionista y director observaba evolucionar en términos análogos al científico que, a lo largo de los años, estudia el desarrollo de una especie vegetal en diferentes ambientes. Lo que sé de Lola representa la confesión más manifiesta de esa obsesión por mirar. En este film, León es un ciudadano parisino que se dedica por entero al cuidado de su madre enferma. Cuando ella muere, decide ocupar el tiempo en vigilar a su nueva vecina española; la sigue por la calle sin ser advertido, la observa y anota todo lo que hace en una libreta, sin propósito alguno, convirtiéndose en el secreto cronista de su soledad. La película maneja con especial sequedad los recursos dramáticos habituales —lo que a muchos espectadores resultará incómodo— y, plenamente consciente de estos medios, elabora sorprendentes efectos narrativos —como esa voz en off que a veces se contradice con lo que muestra la imagen, o presenta leves deslizamientos temporales—, de un modo que puede recordar al cine de Alain Robbe-Grillet o al de Marcel Hanoun, sobre todo en Une simple histoire (1958). Con Lo que sé de Lola —premio de la crítica internacional en el London Film Festival—, Javier Rebollo consigue, en definitiva, una notable realización que se desmarca de lo visto en los últimos años dentro del cine español —exceptuando, quizás, los audaces, y a la vez honestos, relatos urbanos de Jaime Rosales o José María de Orbe—, e incide de una forma inteligente en el poco frecuentado tema del personaje que observa por puro placer, como también hace, últimamente, La spettatrice (2004), de Paolo Franchi, o como veremos, según parece, en la próxima película de José Luis Guerin.
Publicado en Miradas de Cine nº 58, enero de 2007, dentro del artículo colectivo Cine español en 2006.