por Jaime Natche y Diego León Ruiz
Entre la amplia delegación de directores, actores, productores y otros representantes de la cinematografía gala que nos estuvieron acompañando durante la pasada edición del Festival de Cine Francés en Cuba, destacaba la presencia de la joven actriz, guionista y ahora directora Agnès Jaoui. Ella misma presentó su opera prima, Le goût des autres, en la velada inaugural. Traducida al español como Para todos los gustos, es una comedia ligera de un inesperado éxito de público y crítica en Francia que competía por el premio de la Academia de Hollywood a la Mejor Película Extranjera, categoría en la que finalmente fue laureado el filme de Ang Lee Crouching Tiger, Hidden Dragon (2000) pocos días después de la celebración de esta entrevista.
¿Qué opinión le merece su nominación al Oscar?
Evidentemente es un motivo de satisfacción para mí, desde el punto de vista personal. Pero pienso que sobre todo es importante porque para los filmes extranjeros es siempre difícil competir frente al mercado norteamericano, y evidentemente el hecho de ser nominado al Oscar cambia mucho las cosas. Es un incentivo que permite ser más visto, porque esa es la dificultad que tienen los filmes extranjeros para existir.
¿Qué ha supuesto para usted el cambio de guionista y actriz a directora?
He perdido la tranquilidad. Se está mucho más tranquilo siendo solamente actriz. En cambio, ahora trabajo todo el tiempo: en el momento en que dejo de actuar tengo que comenzar inmediatamente a escribir, a pensar en el próximo filme. Dirigir es aún más trabajo. Afortunadamente he tenido éxito y ahora gozo de una mayor libertad creativa.
Dada su experiencia delante y detrás de la cámara, ¿qué nos puede comentar acerca de su proceso de trabajo con los actores?
Trabajo con ellos como me gustaría que trabajaran conmigo. He actuado para directores como Alain Resnais, que trabaja con mucho respeto hacia ti; te muestra que te ama. Yo creo que los actores, y sobre todo los muy buenos actores, dudan, y mientras más dudan más inseguros se sienten. El trabajo de los realizadores es darles seguridad, estar ahí, apoyarlos y sobre todo demostrarles que crees en ellos y que son el personaje.
Cuando comencé a dirigir hacía como Resnais: me encontraba con cada uno de los actores en privado y discutíamos lo que habíamos escrito para ellos [con Jean-Pierre Bacri, su coguionista]. Luego, los ensayos. Muchos, porque yo vengo del teatro; con ellos, con el equipo técnico, el camarógrafo y el sonidista. Así la gente puede conocerse y estar como en familia; es cuestión de organizarlo todo para crear una situación de confianza mutua. Por otra parte, pienso que la dirección de actores es un 95% casting: la búsqueda y elección de buenos actores.
¿Qué es lo que motiva su interés por una historia?
Para empezar debo tener una motivación personal que me impulse a hablar sobre un tema. Elegir un tema es como tener derecho a buscar una respuesta para mí. Cuando algo me molesta (o a Jean-Pierre Bacri, porque siempre trabajo con él), cuando tenemos ganas responder a lo que nos inquieta, lo que dicen en televisión, etc. Cuando queremos manifestar que no estamos de acuerdo con algo… escribimos.
El conformismo pesa. Por ejemplo, para ser una mujer en Francia hay que tener un hijo a los treinta años, un buen marido, un lindo coche, estar bronceada… Eso me irrita. Tanto como espectadora y lectora, porque también me gusta mucho la literatura. Los autores que cuentan historias de inconformismo y sufrimiento me han ayudado a vivir. Yo trato de hacer lo mismo: contar acerca de personajes ordinarios que siguen la norma como todo el mundo pero que tienen un punto de vista personal. Eso es lo que más me importa.
¿Cómo surgió la historia de Le goût des autres?
Fue un proceso largo. Al comienzo queríamos hacer un filme policíaco, un thriller, pero no podíamos salir de los estereotipos de los filmes norteamericanos de ese género. No conozco bien ese mundo y no lograba llegar bien a plasmarlo con nuestra visión. Así que decidimos tratar temas que nos fueran más cercanos. De todos modos conservamos algunos caracteres del proyecto anterior (el guardaespaldas, el empresario, el chófer, mi personaje) y comenzamos a pensar en el problema del sectarismo, en la dificultad de cambiar de medio social, incluso hoy en día que la sociedad parece más liberada en comparación al siglo XIX o a hace cincuenta años. Los prejuicios siguen en las cabezas de la gente; es muy difícil una comunicación sincera entre las personas.
¿Cómo vive la experiencia de ser una mujer cineasta en Francia?
Naturalmente no como si fuera un hombre, pero no he encontrado ningún prejuicio. Ya había escrito guiones que habían tenido éxito. Pero no creo que sea algo excepcional; hay una gran cantidad de mujeres que han tenido un cierto éxito. En última instancia, esa excepcionalidad puede ser en cierto modo un hecho positivo. Sin embargo, hoy en día es más difícil ser actriz que directora.
¿Cómo cree que encaja su cine dentro de la idea que se tiene en la actualidad de cine comercial?
Nunca pienso en el público cuando escribo. Mi primera experiencia en la escritura fue una obra de teatro, en compañía de Jean-Pierre, que después fue un filme. Pensábamos hablar sobre cosas que no nos agradaran. Entonces me llevé una gran sorpresa cuando a la empleada del local y el tipo de la cafetería les gustaba aquello del mismo modo que si fueran mis amigos. Fue eso lo que pasó, y eso es lo que siempre pasa. Yo no pienso que soy capaz de saber lo que al público le va a gustar. Mi padre se dedica al marketing. Yo he participado un poco de todo eso: vamos a hacer un yogur como le gusta el público… Se equivocan siempre, incluso en el marketing. Y no creo que haya una gran diferencia con el arte. Al contrario. Nunca me someto a lo que querría ver el público, pero cuando mi obra toca a la gente me sorprendo porque no lo preveía.
¿Qué referencias pueden rastrearse en su cine? ¿Cuál es el cine que le gusta?
Hay muchos realizadores que amo: Jean Renoir, Eric Rohmer, Woody Allen, Nikita Mijalkov, John Cassavetes, Ernst Lubitsch…
¿Qué conoce del cine latinoamericano y más concretamente del cine cubano?
Yo conozco esencialmente Fresa y chocolate (Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío, 1993), que me gustó mucho. He visto otros filmes como Amores perros (Alejandro González Iñárritu, 2000) y otros clásicos latinoamericanos, los de Buñuel, por ejemplo, pero conozco poco lo que pasa ahora. Se está preparando una gran muestra de filmes cubanos en París para el próximo año, y por supuesto iré a verla.
Provengo de Túnez, en África del Norte, y me siento muy cercana a la cultura y gente meridional. Tengo la impresión de que hablamos el mismo idioma y me encuentro muy cómoda así.
¿Qué impresión le causó el público cubano en la proyección de su película?
Tengo la impresión de que a la gente le gustó y eso me da un gran placer porque desde hace tres años, cuando vine por primera vez, siento algo muy particular por la gente de aquí. Así que si la gente siente algo parecido con el filme, no sabes la felicidad que me causa.
Para terminar, Agnes, una pequeña curiosidad: ¿por qué es usted la persona que se queda sola al final de la película?
Una pregunta así tendría que responderla en el diván de un psicoanalista… Pero lo cierto es que me gustan los papeles tristes.
Traducción de Juana Vega y Felipe Vergara. Fotografías de Ovidio González
Publicado en la revista Cine Cubano, nº 152, La Habana, abril-junio de 2001. Págs. 27-29.