El cine de Sandro Aguilar: las artes del taxidermista

remains sandro aguilar

por Jaime Natche

A quien pueda parecer prematuro o imprudente dedicar un estudio a un joven cineasta que apenas ha completado su primer largometraje, cabe advertirle que aunque, en efecto, su debut en el largometraje ha tenido lugar en 2008 con A Zona, nuestro director ha venido generando obras con regularidad anual desde 1998 —eso sí, en el minusvalorado terreno del cortometraje—, y que su ópera prima de larga duración confirma con rigor y coherencia una serie de constantes que progresivamente han ido constituyendo su universo creativo particular hasta caracterizar un modo de hacer único en el cine portugués —y, hasta donde sabemos, europeo— actual. Además, a su faceta como realizador hay que añadir su labor en el campo del montaje y en el de la producción, pues es uno de los dos fundadores de O Som e a Fúria, la compañía en cuyo seno han nacido las películas de otro joven valor del cine luso, Miguel Gomes (Lisboa, 1972), ya con dos largometrajes en su haber. Director con el que, sin embargo, no mantiene afinidades temáticas y de cuyo cine de retórica lúdica se desmarca, así como de las inquietudes de otros jóvenes realizadores como Teresa Villaverde (Lisboa, 1966) o Cláudia Tomaz (Lisboa, 1973), preocupados por retratar la marginalidad de sus ciudades al igual que el más internacional autor del nuevo cine portugués: Pedro Costa (Lisboa, 1959).

Nacido en 1974, Sandro Aguilar se forma en la Escuela Superior de Teatro e Cinema de Lisboa, donde filma sus primeras películas de corta duración. Desarrolla una actividad profesional como montador y productor, creando en septiembre de 1998 la productora O Som e a Fúria con João Figueiras. La empresa iniciará la producción en 35mm con el cortometraje Entretanto (Miguel Gomes, 1999), al que seguirán Contra-ritmo (João Figueiras, 2000) y Sem movimento (Sandro Aguilar, 2000). La articulación de cuatro cortos filmados en los años siguientes por Gomes —Kalkitos (2002); 31 (2002)— y Aguilar —Corpo e Meio (2001); Remains (2002)— genera el film episódico de larga duración Dinamitem a Terra do Nunca (2003), pero no será hasta 2004 con A cara que mereces, de Miguel Gomes, producida y montada por Aguilar, cuando la compañía aborde la realización del primer largometraje propiamente dicho. A éste seguirán otros dos largos: Aquele querido mês de Agosto (Miguel Gomes, 2008) y A Zona (Sandro Aguilar, 2008), film que, según hemos señalado ya, culmina por el momento la búsqueda que, como realizador, Aguilar ha desarrollado en sus trabajos cortos, recogiendo buena parte de sus elementos y ambientes recurrentes.

Los personajes de las películas de Sandro Aguilar son prácticamente mudos o, por el contrario, se anegan en un torrente de voces cruzadas —como la pareja de Estou perto (1998)—, que provoca, consecuentemente, el mismo resultado: la disolución de la identidad en un mundo ininteligible gobernado por el caos y el exceso de presencias. En ese mundo, las personas casi nunca gozan de la visibilidad privilegiada que les ha deparado el antropocentrismo dominante en el cine y el arte figurativo, ni de la autonomía que es condición para ella; por el contrario, se ven desplazadas a una posición marginal por una enunciación que atiende preferentemente a otros motivos. Y cuando alguna vez aparecen en el centro de la representación, esas personas no llegan a encontrar su lugar en el relato: viviendo al resguardo, sin exponerse a las eventualidades que pueden dar pie a una historia (Corpo e Meio), o convirtiéndose en víctimas de encerronas existenciales en las que no pueden actuar más que obedeciendo ciertos rituales, como los individuos que aparecen viviendo, sin razón aparente, dentro de un coche situado como reclamo en un centro comercial (Sem movimento).

Debido a ese desplazamiento dramático de los personajes, gana terreno la frontera entre la vida inteligente y lo inerte. La transición entre vida y muerte se hace entonces intrascendente. Los vivos conviven con los muertos en extraña armonía; los llantos del recién nacido acompañan el gemido mudo de lo perecedero en un universo donde el movimiento enérgico puede significar agonía —el pez fuera del agua de Arquivo (2007)— y, en cambio, el estatismo de lo inerte puede esconder formas de vida inesperadas —los maniquíes de A Serpente (2005); las ruinas de Remains—. No por casualidad, el instrumental médico y el mundo clínico son motivos muy presentes en las películas de Aguilar: allí es donde se decide el paso de un estado a otro, donde lo vivo y lo muerto hacen su aparición con idéntica naturalidad. Establecido en ese interregno entre lo uno y lo otro, podemos considerar al cineasta como el taxidermista que diseca las criaturas que han de convivir en solidaria comunión con los vivos, con una misma solidez. Al igual que el taxidermista, Aguilar trata simultáneamente con vivos y muertos, analizando la forma en que las apariencias pueden perpetuarse a partir de un trabajo de vaciado y, luego, de relleno —de un espacio, de un tiempo—; fomentando, finalmente, la sospecha de que la verdadera muerte debe aguardar en algún otro lugar que no es el de esas grotescas figuras en que se convirtieron algunos.

Revista Lumière, nº 1, 2009. Especial 46º Festival Internacional de Cine de Gijón, pág. 25.

 

 

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