por Jaime Natche
Como ocurre con la mayoría de países de Oriente Próximo, Jordania se caracteriza por una práctica ausencia de tradición cinematográfica propia. Aunque al público jordano se le ha considerado siempre un buen consumidor de cine —de films egipcios, hindúes y estadounidenses, sobre todo—, la producción de películas jordanas es casi una quimera, al menos hasta la llegada de la revolución del vídeo digital hace algo más de una década. Esta dificultad es consecuencia de las mismas tres carencias que sufre el resto de la región en materia audiovisual, pero que, en el caso de Jordania, son más acusadas: déficit de infraestructura y servicios cinematográficos, escasez de incentivos estatales y pobre inversión privada, y ausencia de profesionales cualificados. Sin el sostén de estos tres pilares fundamentales, difícilmente pueden darse las condiciones para el desarrollo de una continuidad en la industria. Muy gráficamente, el crítico jordano Najeh Hassan describe la evolución del cine en su país como una cíclica alternancia de estallidos súbitos de creatividad con largos periodos de hibernación. No obstante, es preciso constatar que la creación de la Royal Film Commission, en 2003, ha supuesto un esfuerzo sin precedentes del gobierno jordano por ampliar las posibilidades profesionales y educativas de los cineastas locales, lo que, junto con la aparición de una nueva generación de realizadores independientes en la última década, ha abierto una nueva época en el patrimonio audiovisual del reino hachemita. Progresivamente se ha diversificado la producción de cineastas aficionados que han encontrado en los festivales de cine y en la distribución por internet el cauce para difundir su trabajo, que muchas veces permanece inédito en otros soportes y es de difícil acceso para el espectactador interesado.
Por otro lado, a pesar de las dificultades de su exigua producción, Jordania ha sido, desde los años sesenta, un lugar al que el cine ha tenido muy cuenta, puesto que se ha revelado como un cómodo escenario natural para producciones extranjeras que encuentran en su topografía la posibilidad de reproducir ambientes de cualquier otro país árabe o incluso hispano. Es el caso conocido de, por ejemplo, Lawrence de Arabia (Lawrence of Arabia, 1962), de David Lean, o Indiana Jones y la última cruzada (Indiana Jones and the Last Crusade, 1989), de Steven Spielberg, filmadas en localizaciones del valle de Wadi Rum y la histórica ciudad de Petra, respectivamente. El paisaje del reino jordano también ha servido de escenario a otras producciones más recientes sobre la guerra de Irak, que disponen así del entorno controlable, apto para la filmación, que sería impensable conseguir en los espacios reales a los que alude el guión: La batalla de Hadiza (Battle for Haditha, 2007), de Nick Broomfield, o En tierra hostil (The Hurt Locker, 2008), de Kathryn Bigelow. Pero empecemos por el principio, lo que en el caso de un país joven como este supone retroceder tan solo hasta 1946, año en el que Jordania adquiere su independencia de la administración británica.
La realización de películas es prácticamente inexistente tanto en la Jordania otomana anterior a la Primera Guerra Mundial como en la británica, y no será hasta 1957 cuando tiene lugar la primera iniciativa de producción local con el film Lucha en Jerash (Sira’a fi Jerash, 1957), de Wassef Al Sheikh Yasín. Lucha en Jerash fue producida de principio a fin por un grupo local de entusiastas aficionados al cine sin ninguna formación y medios técnicos muy rudimentarios fabricados por ellos mismos. El film es una recreación de las películas de gánsteres de los años cincuenta con pinceladas de documental turístico.
La segunda tentativa de largometraje comercial con medios de amateur es Mi patria querida (Watani Habibi, 1962), cinta de 52 minutos que costó dos años llevar a término. Producida, dirigida y montada por Abdallah Kawash, con la ayuda de su hermano Mahmud, el film aborda el tema de la guerra árabe-israelí con un trasfondo romántico, y se consideraba perdido hasta que en 2008 fue localizada una copia del negativo conservada por la familia del actor protagonista, que se restauró con ayuda del gobierno jordano.
A mediados de los años sesenta, también empieza a ser una solución la coproducción con otros países. De este modo, Tormenta sobre Petra (A’sifa A’la Al Batraa, 1965), del director libanés Faruk Agrama, es una colaboración libano-jordano-italiana que sigue la moda de los populares melodramas egipcios. Ese mismo año se establece en Jordania el Departamento de Cine, dependiente del Ministerio de Información: la primera contribución del gobierno para desarrollar la producción de películas. A partir de ese momento, se incrementa la realización de documentales, especialmente los que tienen que ver con la defensa de la causa palestina. En el ámbito del cine de ficción sobre este tema, son representativas las realizaciones de Abdul Wahab Al Hendi: El camino a Jerusalén (Al Tariq Ela Al Quds, 1969) y Lucha hasta la liberación (Kifah Hata Al Tahrir, 1969). En suelo jordano se filmaría también la película palestina de Jean-Luc Godard entre febrero y julio 1970 (bajo la adscripción al colectivo Grupo Dziga Vertov), encargo de la organización Al Fatah, Aquí y en otro lugar (Ici et ailleurs, 1976) —inicialmente titulada Jusqu’à la victoire. Méthodes de pensée et travail de la révolution palestinienne—, filmada en campos de refugiados y bases de entrenamiento palestinas, muy poco antes de los trágicos sucesos conocidos como Septiembre negro, que supondrían un nuevo exilio de la resistencia armada palestina, en este caso hacia Líbano.
Tras una etapa, en los años setenta, en que la televisión jordana es el único órgano que genera una mínima de producción de películas —con cintas como La serpiente (Al Afa’a, 1971), de Galal Te’ema, y El mendigo (Al Shahat, 1972), de Mohammad Azizyah—, y después de los ochenta —década en que las únicas contribuciones al cine se dan en el terreno del cortometraje—, no aparecerá un nuevo largometraje de ficción hasta 1991, año de realización de Una historia oriental (Hikaya sharkiya), de Najdat Anzur, que relata los conflictos internos de Mustafa, periodista de un país árabe sin determinar. La película obtendría un gran eco fuera de sus fronteras, participando en veintitrés festivales internacionales de cine.
En un contexto totalmente diferente, se lanza mucho más tarde Capitán Abu Raed (Captain Abu Raed, 2007), de Amin Matalqa. Dirigida por un cineasta nacido en Jordania pero emigrado en su infancia a Estados Unidos, el film trata sobre la amistad entre un niño y un anciano, limpiador en un aeropuerto, al que toma por el comandante de un avión. Capitán Abu Raed se anuncia como la primera película jordana en décadas, pero, como decimos, el panorama ha cambiado radicalmente desde la aparición de sus predecesoras. Con la tecnología del vídeo, la creación de películas se ha expandido y han surgido creadores que no forman parte de estructura industrial alguna pero que logran concretar sus iniciativas y participar en festivales internacionales. Algunos de estos nuevos cineastas se han formado en el Red Sea Institute of Cinematic Arts (RSICA), centro educativo creado en 2008 y promovido por la Royal Film Comission, o cuentan con el respaldo de la propia Film Comission para producir o estrenar sus trabajos. Entre estos jóvenes directores se encuentran Sandra Madi (Memoria perforada, Zakerah Mathqobah, 2008) o Fadi Haddad (Érase una vez un piano, Once Upon a Piano, 2010). En el campo del documental surge con fuerza la figura de Mahmud al Massad, que debuta en los festivales internacionales con Hassan, el listo (Al Shatir Hassan, 2001), sobre la vida de un inmigrante árabe en Holanda, y que asienta su prestigio con Reciclar (Recycle, 2007) y Esta es mi foto cuando esté muerto (This is My Picture When I Was Dead, 2010), su último film hasta el momento, donde, sirviéndose de elementos del cine de ficción, retoma el trauma palestino para imaginar el futuro posible de un niño muerto en 1983.
Varios de los jóvenes cineastas independientes que surgen en la última década se han agrupado en torno a la Amman Filmmakers Cooperative (Cooperativa de cineastas de Ammán), fundada en 2002 por Hazim Bitar, que se presenta como una plataforma de enseñanza, experimentación y colaboración en red. A través de talleres de producción y realización audiovisual, se adiestra en el uso de herramientas digitales para la grabación y montaje de cortometrajes de bajo presupuesto. La distribución de los films en internet es asimismo una solución a la falta de canales de difusión en el país. Tal como se puede comprobar en el canal de vídeos de la cooperativa disponible en YouTube, la temática de las obras oscila entre el testimonio social y la investigación plástica más elaborada, desarrolladas siempre con austeros recursos materiales y alejándose de las fórmulas habituales del cine árabe. Como medio de sostenimiento financiero de los más de cincuenta cortometrajes producidos en sus talleres, la cooperativa trabaja conjuntamente con algunas ONG locales, que de este modo fomentan el cine como forma de estimular la actividad de las comunidades desfavorecidas, por ejemplo, en los campos de refugiados. En muchas de las obras realizadas en este contexto, cristalizan las preocupaciones de la diáspora palestina —inevitable en un país donde los jordanos de origen palestino representan un 65% de la población—. Las obras de la AFC han participado en prestigiosos festivales internacionales de cine, como los de Locarno —Sharar (2006), de Hazim M. Bitar, Saleh Kasem y Ammar Quttaineh— o Dubai —Tough Luck (2004), de Ammar Quttaineh—.
El fundador de la cooperativa, Hazim Bitar, se encuentra terminando en la actualidad su primer largometraje de ficción, El pez bajo el nivel del mar (Fish Above Sea Level, 2011), que se estrenará durante este año y narra el encuentro de un hombre de ciudad y un campesino en una granja situada a orillas del Mar Muerto. El film, protagonizado por uno de los realizadores más activos de la cooperativa, Rabee Zureikat, está autoproducido con un presupuesto minúsculo y sin recurrir a fondos de financiación estatales o de festivales de cine para disponer así de entera libertad en el tratamiento de sus temas. Para el productor y crítico de cine Adnan Madanat, se trata de la película más importante en la historia del cine jordano; una historia que casi acaba de comenzar.
Texto escrito para ilustrar un ciclo de cine de la Semana de Jordania en Casa Árabe de Madrid, junio-julio de 2011.